El uso de bioestimulantes está en auge en las estrategias de manejo agrícola actuales, pero ¿qué son? En términos funcionales, son sustancias de origen natural que, al aplicarse en pequeñas dosis, mejoran el crecimiento y desarrollo de las plantas, es decir, promueven procesos intermedios que conducen a beneficios finales positivos como el aumento de rendimiento o de la calidad de los granos obtenidos.
De acuerdo con la bibliografía, las moléculas con efecto bioestimulante son variadas en cuanto al tipo y pueden provenir de diferentes orígenes. Se destacan ácidos húmicos y fúlvicos –componentes de la materia orgánica–; aminoácidos y mezclas de péptidos; betaínas, poliaminas y aminoácidos no proteicos; productos basados en extractos de plantas y algas; hormonas de crecimiento (auxinas, giberelinas, citocininas) y esteroles; quitosanos y otros biopolímeros; compuestos inorgánicos como selenio y silicio (nutrientes benéficos que no califican como esenciales para todas las plantas); hongos y bacterias benéficos y metabolitos de degradación microbiana.
Desde el punto de vista bioquímico, un bioestimulante es un compuesto químico que la planta identifica como propio a través de receptores. Dentro de cada célula, la señal generada por el bioestimulante es percibida por un receptor –que puede ser una proteína o un pigmento asociado a una proteína sensible a una señal específica de la molécula orgánica que conforma el bioestimulante– y produce una respuesta, que se manifiesta en un cambio en el patrón de crecimiento o desarrollo del cultivo.
Ahora bien, ¿en qué situaciones es válido aplicar un bioestimulante? “Las formulaciones utilizadas en el tratamiento de semilla son las indicadas para acompañar el cultivo durante su establecimiento, sobre todo en suelos fríos y húmedos, con baja disponibilidad de nutrientes o con residualidad de fitosanitarios”, remarcó Fernando Sánchez, gerente global de la Línea Nutrición y Bioestimulación de Rizobacter.
Existen alternativas que permiten bioestimular el cultivo a través de la vía foliar, por ejemplo en aplicaciones de rescate por escape de malezas junto a herbicidas del grupo PPO (lactofen, fomesafen) u hormonales (benazolin en soja, picloram o dicamba en maíz). “En asociación con el efecto de bioestimulación, este uso busca minimizar el impacto negativo por fitotoxicidad que también es posible observarlo a campo”, indicó Sánchez.
En un ensayo realizado por la consultora Asesoragro y Rizobacter en 9 de Julio –Buenos Aires– en 2020, Vitagrow –el bioestimulante foliar comercializado por la compañía argentina– redujo la fitotoxicidad causada por aplicaciones de glifosato y fomesafem en postemergencia frente a un tratamiento testigo sin bioestimulante. Según el informe, a 12 días de la aplicación, el tratamiento con Vitagrow no mostró fitotoxicidad mientras que el testigo presentó un promedio de fitotoxicidad del 10% en las tres repeticiones.
Observaciones similares se registraron en el ensayo realizado por la consultora Organización Agroproductiva en Durazno –Entre Ríos– durante la campaña de soja 20-21. De acuerdo con el informe técnico, el tratamiento con el bioestimulante foliar Vitagrow no solo evitó la aparición de síntomas de fitotoxicidad gracias a su capacidad detoxificante, sino que fue una de las mezclas más eficaces para el control de malezas, sobre todo en las aplicaciones realizadas en el horario vespertino (19 h).
Gustavo Ferraris –investigador del INTA– también puso a prueba el desempeño de la tecnología bioestimulante foliar de Rizobacter en soja de primera durante la campaña 19/20 en Pergamino. Los rendimientos alcanzaron una media de 4819,4 kg por hectárea, un nivel muy bueno si se tiene en cuenta el balance hídrico ajustado que tuvo la campaña. Respecto del aporte de la bioestimulación, los tratamientos incrementaron el rinde debido a la mejora en el número, tamaño y fracción de nódulos funcionales, sumado a efectos favorables sobre la biomasa temprana, altura, NDVI, intercepción, vigor, entre otros.
Por último, el gerente global de la Línea Nutrición y Bioestimulación de Rizobacter reflexionó acerca de cuándo resulta más estratégica la aplicación de un bioestimulante foliar en soja. Para la zona núcleo argentina, el 70% de la absorción de nutrientes se concentra desde los 35 hasta los 75 días posteriores a la emergencia que, fenológicamente, se ubica entre V4 y R2, una planta joven, en pleno crecimiento y con el componente de rendimiento por definir.
“En la práctica, dicha ventana coincide con las aplicaciones de diferentes fitosanitarios que pueden potenciarse con las tecnologías bioestimulantes foliares”, concluyó Sánchez.