En los últimos tres años, el mercado de curasemillas argentino –en especial el de cereales de invierno– tuvo un crecimiento anual mayor al 20 %. El dato habla del interés e importancia que tanto productores innovadores como asesores y empresas dedicadas al desarrollo de tecnologías para el logro de una agricultura con menor impacto ambiental le han dado al tratamiento de semillas.
El primer giro copernicano es, justamente, el significado de la práctica en el marco del manejo del cultivo. En el pasado, el uso de tratamiento de semilla o curasemilla tenía como objetivo garantizar la germinación y lograr un adecuado stand de plantas.
En la actualidad, gracias a la oferta de nuevas y diversas tecnologías –en particular, carboxamidas, curasemillas biológicos e insecticidas–, el curasemilla adquiere un objetivo diferente: mantener la protección durante más tiempo y minimizar el progreso de enfermedades iniciales. Este objetivo se vuelve estratégico para productores y asesores, ya que les permite llegar a la primera aplicación de fungicidas foliares con un nivel más bajo de enfermedades y, por ende, aumentar la eficiencia de la aplicación.
Productores y referentes también observan que el agregado de tecnología en el curasemilla le aporta al cultivo un incremento de rinde superior al 3 % y, en determinadas regiones, ese aumento supera los 800 kg de grano. A la vista de estas ganancias de rendimiento, la relación beneficio/costo se plantea muy digna a favor del curasemilla y demuestra su contribución a la economía general del productor.
Otra razón que promueve la expansiva adopción del curasemilla es el bajo impacto ambiental del tratamiento de semillas y, por ende, su carácter de buena práctica agrícola. Cuando se aplica un curasemilla, la aplicación es 100 % dirigida y esto jerarquiza su efectividad como práctica de manejo para la protección de cultivos.
El segundo giro copernicano es, a mi juicio, tan revolucionario como el original. Los principios activos de uso más extendido en la agricultura ya presentan signos de agotamiento y demuestran la necesidad de adoptar alternativas. Las malezas resistentes pusieron en jaque un sistema de manejo que parecía único e inalterable, y nos dejaron el aprendizaje de que los sistemas son complejos y no requieren siempre el mismo manejo. A esta situación de crisis de la agricultura se suma al cuestionamiento de la sociedad, que demanda enfáticamente producir con menor impacto ambiental.
En esta línea, especialistas, agentes económicos y productores se hacen eco del cambio de paradigma en cuanto al cuidado ambiental y migran, con más prisa que pausas, a adoptar tecnologías de síntesis biológica para el manejo de protección de cultivos. En el mundo –y también en nuestro país–, la tendencia a lo biológico está acompañada por un fuerte crecimiento de mercado promovido por varios factores, entre los que se destacan la toxicología y la eficiencia –ganar rindes con el menor impacto ambiental posible–.
Por su naturaleza biológica, estas tecnologías –banda verde cien por ciento– presentan nuevos mecanismos de acción que permiten frenar o minimizar los riesgos de resistencia. A su vez, le aportan bienestar general al cultivo y le permiten desarrollar un mejor estado fisiológico que luego se traduce en incremento de rendimiento.