El control biológico se utiliza para reducir la incidencia de plagas y enfermedades, utilizando enemigos naturales. Debido a sus diferentes modos de acción, los Bioprotectores aseguran eficiencia en la protección y minimizan la resistencia de enfermedades. Pueden funcionar de manera alternativa o complementaria con los principales terapicos desarrollados en base a la síntesis química.
Tanto las ventajas productivas que promueven, como las crecientes presiones regulatorias en algunos países y la gran demanda social hacia una agricultura con menor impacto ambiental conducen a las compañías de insumos a invertir más recursos en investigación y desarrollo de tecnologías biológicas. En el caso de los Bioprotectores, el mercado es de 3.88 billones de dólares y registra una expansión mayor al de productos de síntesis química, con una tasa de crecimiento anual superior al 17 %.
Mucho se ha avanzado en la bioprotección enfocada en el tratamiento profesional de semillas, uno de los pilares fundamentales de la protección vegetal por las ventajas que representa en performance y cuidado del ambiente. Rizobacter es líder en la inclusión de terápicos de base biológica en Argentina, que, gracias a un proceso de fermentación líquida exclusivo de alta calidad, pueden ser aplicados con más de 90 días de anticipación y garantizan una supervivencia en el envase superior a los 18 meses desde la elaboración.
Tal es el caso del curasemilla (comercialmente denominado Rizoderma), desarrollado en alianza con el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Formulado en base al hongo Trichoderma Harzianum, este terápico ha comprobado su eficacia para controlar múltiples enfermedades de semilla y de suelo como Fusarium, Drechslera, Bipolaris, Tilletia, Ustilago, Cercospora y Phomopsis, que afectan la germinación y desarrollo inicial en los cultivos de trigo, soja y arroz. Su formulación 100 % líquida agiliza el tratamiento y, además, permite que las células fúngicas sean más estables y con mayor poder fungicida, lo cual significa mayor potencial en el campo.
Al ser un fungicida biológico, este terápico combina múltiples mecanismos de acción que impiden y frenan naturalmente las posibilidades de desarrollo de los patógenos. Los bioprotectores crecen, invaden y activan los mecanismos de defensa fisiológicos y bioquímicos en la planta y, así, le confieren mayor tiempo de protección durante todas las fases de crecimiento del cultivo.
En la práctica, su nivel de aceptación por parte de los productores es destacable. Solo en Argentina, la tasa de adopción de esta tecnología ha sido mayor al 120 % año tras año y logró ocupar más de un millón de hectáreas de trigo durante los últimos tres años. Asimismo, se proyecta una extensión hacia otros cultivos: próximamente, en Argentina, será registrada para cebada y también para legumbres de invierno como arveja y garbanzo.
Aunque las expectativas de crecimiento son aún mayores. Rizoderma también está registrado en Uruguay, Paraguay y Ucrania; y en proceso de registro en Europa, Brasil, Colombia, Bolivia, Sudáfrica, EEUU y Canadá. En estos mercados ya se han llevado a cabo ensayos de testeo por más de dos años y los resultados vienen siendo muy favorables, especialmente cuando se comparan con terápicos fungicidas de síntesis química tradicionales.